Al hablar de evaluación en el colegio, lo común es imaginar a un grupo de estudiantes sentados en su pupitre tratando de recordar la respuesta correcta en un examen, mientras que el profesor los vigila en silencio. Esta imagen, en la que la evaluación se ve como un elemento represivo que ha dejado de pertenecer al proceso de aprendizaje de niños, niñas y jóvenes, contrasta con la realidad que se palpa en el colegio Colombo Francés de Medellín (Antioquia). Allí, el aprendizaje no termina con la evaluación y se nutre de una retroalimentación que busca, ante todo, el mejoramiento académico de los jóvenes. Por eso, en esta institución, existen cuatro etapas de evaluación: profesor-estudiante, estudiante-profesor, profesor-grupo y padres de familia-profesor.
Martha Lucía Escobar, la rectora, llama
a esta metodología "evaluación cualitativa, y la estamos implementando
hace 14 años en el colegio". Detrás de este modelo se esconden dos
principios que lo fundamentan: el proceso de aprendizaje no termina con la evaluación
y el estudiante debe jugar un papel activo en el mismo.
Para Escobar, gran parte de las
instituciones educativas han limitado la evaluación cualitativa a conceptos
como deficiente, aceptable o sobresaliente, convirtiendo el aprendizaje en algo
cuantitativo, tal y como ocurría al calificar a los estudiantes con números. La
evaluación cualitativa del Colombo Francés mantiene los conceptos de letras,
pero sólo al final de año escolar, como un referente definido por el profesor
para establecer cómo fue el proceso de aprendizaje del estudiante.
Durante el año, la evaluación se
caracteriza por ser un proceso del que se retroalimentan los jóvenes, el
profesor y los padres y madres de familia. "Esta retroalimentación le dice
al estudiante qué metas ha alcanzado y cómo mejorar", afirma la rectora.
Es por esto que, después de cada evaluación, el docente explica al estudiante
las deficiencias que ha tenido, la manera como puede superarlas, y entrega a
sus padres un informe sobre el proceso de aprendizaje.
El estudiante también participa en la
evaluación, analizando lo ocurrido mediante una autoevaluación realizada en
cada período académico, y en la que comenta sus debilidades, los aspectos en
los cuales ha mejorado y aquellos en los que debe trabajar aún más.
Adicionalmente, elabora un plan de mejoramiento en donde quedan plasmadas las
metas que se propone. "Así se fomenta la responsabilidad en el estudiante
hacia su propio aprendizaje", sostiene Miguel Palacio, de 16 años y quien
se encuentra en Grado 11°.
Además, periódicamente, los estudiantes
evalúan al profesor y éste al grupo en general, resaltando cómo fue el proceso
realizado. Así se detectan las dificultades en la actitud individual o grupal,
en el ambiente escolar y en la adquisición del conocimiento. Este análisis
individual y grupal de los jóvenes es entregado también a los padres de
familia, para que éstos conozcan qué está pasando con sus hijos. De acuerdo con
este análisis, padres y madres redactan un informe en donde tienen la
oportunidad de expresar sus preocupaciones, disconformidades, sugerencias,
preguntas y críticas a los docentes y a la institución educativa en general. De
esta forma, el colegio obtiene una valiosa evaluación institucional, el
profesor herramientas adicionales y sugerencias para mejorar su quehacer
diario, y los padres se involucran directamente en la educación de sus hijos.
Para el estudiante Palacio, el sistema
de evaluación ayuda a todos los jóvenes a encontrar en el aprendizaje un valor
práctico para la vida. Y es que así lo determina el currículo del Colombo
Francés, que se basa en la investigación. Escobar sostiene que es un modelo en
donde no se transmite la información; "se trata de un aprendizaje
significativo caracterizado por la experiencia y el experimento". Y
"es activo", agrega Palacio, para quien aprender en el Colombia
Francés, "no tiene nada que ver con la memorización".
Allí, antes de meterse de lleno a un
tema, el maestro indaga, por medio de guías, materiales audiovisuales y otros
mecanismos, lo que el estudiante conoce sobre la materia. Induce a que se
pregunten, tal como ocurre con los proyectos anuales que realizan niños y
jóvenes.
Uno de ellos es "Metrópolis
video-jeune". Comienza en Grado 10°: los estudiantes realizan un recorrido
por Medellín y se preguntan por los problemas, intereses y posibles retos de la
ciudad, definiendo un tema de investigación que procuran entrar a resolver con
la ayuda de textos escolares y otros recursos entregados por el profesor. Así,
pueden realizar un proyecto investigativo en torno a una pregunta sobre la
ciudad. Palacio y su grupo, por ejemplo, indagaron por las causas que motivan a
los indígenas a vivir en las grandes ciudades. La problemática de las madres
prostitutas ha sido otro asunto de interés, que ha surgido en este proyecto.
Casos como éste han propiciado un mejor
ambiente para que el estudiante se motive por el conocimiento, encontrando en
la escuela un espacio para el desarrollo de sus intereses. "La forma como
aprendemos y como nos evalúan nos permite mirar el aprendizaje como herramienta
para la vida", repite Palacio.
Luis Guillermo Escobar, coordinador
pedagógico de la institución, afirma que los estudiantes no hablan de si
"perdieron o ganaron un logro". Según él, lo jóvenes comentan sus
dificultades y fortalezas a la hora de acercarse al conocimiento.
